Un cura de pueblo comenta las primeras lecturas del tiempo ordinario.

miércoles, 30 de junio de 2010

Lectura del libro de Amós.

Semana XIII
Jueves
7, 10-17

En el Reino del Norte, Jeroboán había embellecido el santuario de Betel para competir con el Templo de Jerusalén. Eran tiempos de prosperidad pero también de grandes injusticias. Por eso fue enviado Amós a profetizar contra Israel.
Amasías, sacerdote de Betel, acusó al profeta de haber preparado una conjura contra el rey. Vete a Judá -le dijo- come allí tu pan y profetiza allí.
La respuesta de Amós recuerda la exclamación de San Pablo (2Cor 5, 14): El amor de Cristo nos apremia.
Para el profeta se trata de un mandato, de una orden que ha recibido de Dios y que debe cumplir. Para el Apóstol es una cuestión de amor. Quien ha conocido a Dios no puede callar. También san Pedro, cuando quisieron prohibir a los apóstoles que predicaran en Jerusalén, respondió: hay que obedecer a Dios antes que a los hombres (Hech. 4, 19).
Hay quien piensa que todo es relativo y que no vale la pena discutir por nada pero si les quitas la cartera y tratas de convencerlos de que no deben preocuparse porque la cartera tiene un valor relativo son capaces de pleitear hasta el fin del mundo con tal de recuperarla. Se ve que a Amasías, sacerdote de Betel, no le importaba la verdad, le importaba la cartera.
Hacen falta profetas, apóstoles, santos; testigos de la conciencia, de la verdad, de la justicia. Hacen falta hombres y mujeres arrebatados, como Amós, por la Palabra de Dios. No bravucones de esos que parecen haber nacido para discutir, sino personas amables de esas que ceden fácilmente su asiento pero no ceden tan fácilmente a los respetos humanos cuando se trata de dar testimonio de la verdad que han conocido siguiendo los pasos del Señor.

Viernes
7, 10-17

Amós ha sido enviado a profetizar en un tiempo de prosperidad económica y de injusticia en el que los hombres hacen cáculos para enriquecerse y no escuchan a los profetas, y anuncia un tiempo en que vagarán buscando la palabra del Señor y no la encontrarán.
Epulón, el rico de la parábola evangélica, le rogaba a Abraham que enviase algún mensajero a sus hermanos para que no fuesen a parar al infierno y Abraham le respondio: si no escuchan a los profetas, aunque resucite un muerto no le harán caso.
El Dios escondido se manifiesta a quien sinceramente procura hacer su Voluntad. Pero si escuchamos la Palabra y no la ponemos por obra, si rechazamos las indicaciones que el Espíritu Santo nos hace, corremos el riesgo de no encontrar a Dios cuando lo busquemos.
Antes de decir que Dios no habla o que no nos hace caso deberíamos preguntarnos si no seremos nosotros los que hemos rechazado su Palabra muchas veces. Hoy mismo podemos hacer el propósito de empezar a escuchar a Dios y a poner en práctica su Palabra.

miércoles, 9 de junio de 2010

Lectura del primer libro de los Reyes

Semana X (Años pares)
Lunes
17, 1-6
El primer libro de los Reyes puede dividirse en dos partes.
La primera tiene como progatonista a al rey Salomón, hijo y heredero de David. Leímos esa parte durante las semanas IV y V.
Cuando murió Salomón lo sucedió su hijo Roboam. El pueblo le pidió que aligerase un poco el yugo que Salomón le había impuesto. Roboam consultó con los ancianos que le aconsejaron hacer caso al pueblo y ser amable. Entonces consultó con sus jóvenes amigos y le aconsejaron justo lo contrario. Los ancianos le habían dicho habla al pueblo con buenas palabras y estará siempre a tu servicio. Los jóvenes le dijeron: muéstrate duro con ellos para que te respeten; diles que, si tu padre los castigó con látigos, tú los castigarás con escorpiones.
Siempre hay un consejo que nos gusta más que otro. ¿A quién hizo caso Roboam? Debía ser algo tímido y cruel porque hizo caso a los jóvenes y habló al pueblo con dureza.
Entonces las tribus de Israel se rebelaron y eligieron como rey a Jeroboam. Solamente la tribu de Judá siguió a Roboam. Así se dividió el reino en dos: al norte el reino de Israel, con capital en Samaría; al sur el reino de Judá con capital en Jerusalén.
Todas estas cosas ocurrían allá por el siglo X a.C. y las encontramos narradas en la segunda parte del primer libro de los Reyes que vamos a leer durante casi dos semanas. La historia del profeta Elías, el Tesbita, se sitúa en el siglo IX a.C. Han pasado cincuenta y ocho años desde la muerte de Salomón y la división del reino. Ahora Ajab reina en Israel y Asá en Judá.
Fueron años terribles para los hombres piadosos. Jezabel, la esposa de Ajab, era adoradora de Baal y protectora de sus sacerdotes. Elías tuvo que enfrentarse a todos ellos: al rey, a la reina y a los falsos profetas.
Todo empezó cuando Dios envió a Elías a anunciarle al rey una gran sequía. Elías hizo lo que Dios le había mandado. Luego Dios le ordenó que se ocultase en el desierto. Elías tuvo que huir de Ajab, como tuvo que huir de Herodes la Sagrada Familia. ¿No nos ha dicho san Pablo que los amigos de Dios serán siempre perseguidos?
Martes
17, 7-16
Elías hacía lo que Dios le decía e iba donde lo enviaba la palabra de Dios. Primero se refugió en el torrente Querit y, unos días después, cuando el torrente se secó, la palabra del Señor lo envió a Sarepta.
Allí se encontró con una viuda muy pobre que se disponía a cocer unas tortas, para ella y su hijito, con un poco de harina que le quedaba en un cuenco y un poco de aceite que le quedaba en la alcuza.
Elías le pidió un jarro de agua y un poco de pan y le dijo: No temas (...) Porque así dice el Señor, Dios de Israel: "la orza de harina no se vaciará, la alcuza de acite no se agotará, hasta el día en que el Señor conceda lluvias sobre la tierra".
Aquella viuda, fiándose de la palabra del profeta, dio todo lo que tenía: un poco de aceite y de harina y su trabajo. Era poco, pero era todo lo que tenía. Es esa fe capaz de darlo todo la que mueve montañas. Dios hace milagros por medio de quienes lo dan todo, aunque sea poco.
Cuenta el libro de los Reyes que, poco después, el hijo de la viuda enfermó y murió. Elías tomo el cadáver del regazo de su madre y clamó al Señor diciendo: Señor, Dios mío, que la vida de este niño vuelva a él. El señor escuchó la voz de Elías y la vida del niño volvió de nuevo a él.
También Jesús oró ante la tumba de Lázaro diciendo Padre, yo sé que tú siempre me escuchas; con la confianza filial de quien siempre hacía la voluntad de su Padre.
Miércoles
18, 20-39
Jezabel, la mujer del rey Ajab, no solamente sentaba a su mesa a los profetas de Baal sino que hizo eliminar a los profetas del Señor. Cien de ellos se salvaron gracias a Obadías, el mayordomo de palacio, que los ocultó.
Durante tres años no llovió sobre el reino de Israel y el hambre arreciaba en Samaría.
Entonces Dios envió a Elías a anunciar al rey Ajab el fin de la sequía. En el monte Carmelo, Elías se enfrentó con los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal como Moisés se enfrentó con los brujos de Egipto. Eran muchos, gritaban mucho, se hacían cortes y entraron en trance, pero nadie respondió porque el Baal a quien se dirigían era solamente un ídolo, una obra de sus manos.
Una vez más Dios escuchó la oración de Elías, porque Elías hacía la voluntad de Dios y se dejaba guiar por su Palabra.
Elías fue profeta del Dios vivo; del Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob... un Dios que habla y que responde, que promete y cumple.
Su nombre, Elías, significa "mi Dios es el Señor". Él obedecía al Señor y el señor escuchaba su oración.
Jueves
18, 41-46
La tierra seca es una imagen del corazón del hombre sin Dios. La lluvia es una imagen de la Gracia.
Pedimos en el Veni creator
Lava quod est sordidum
riga quod est aridum
sana quod est saucium.
Así es la Gracia: agua que lava, riega y sana. La necesitamos como la tierra necesita el agua.
Elías, en la cumbre del Carmelo, nos eneseña a perseverar en la oración como hacían el día de Pentecostés los Apóstoles con Santa María cuando el Espíritu Santo descendió sobre ellos.
Podemos recitar el Salmo 64 pensando en los efectos de la Gracia de Dios en nosotros:
Tú cuidas de la tierra, la riegas
y la enriqueces sin medida:
la acequia de Dios va llena de agua
preparas los trigales.
Riegas los surcos, igualas los terrenos,
tu llovizna los deja mullidos,
bendices sus brotes.
Coronas el año con tus bienes,
tus carriles rezuman abundancia,
rezuman los pastos del páramo
y las colinas se orlan de alegría.
Viernes
19, 9a. 11-16
Cuando Jezabel se enteró de lo que había hecho Elías, juró vengarse de él. Entonces el profeta se puso en camino por el desierto hacia Horeb, el monte de Dios.
Después de andar una jornada vino a sentarse bajo una retama. Y se deseó la muerte.
Se quedó dormido y un ángel lo tocó y le dijo: "Levántate y come". Descubrió junto a sí una torta y un jarro de agua. Comió, bebió y, otra vez, se durmió. Pero el ángel volvió a tocarlo y le dijo: "Levántate y come porque te queda un camino demasiado largo". Elías obedeció al ángel y con la fuerza de aquel alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb.
Ese alimento del cielo que dio fuerzas al pueblo para llegar a la Tierra Prometida y que permitió a Elías caminar caminar durante cuarenta días y curenta noches hasta el Horeb era un anuncio de la Eucaristía.
Desde hace dos mil años la Eucaristía alimenta, fortalece, hace crecer a la Iglesia que camina entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios.
En el Horeb Elías habló con el Señor que se manifestó como palabra y como brisa suave; como Dios vivo que habla y escucha, que interroga al hombre y ama. Pero también como Dios
En el Horeb Elías recibió de Dios, además, el encargo de ungir a dos reyes y a un profeta: Eliseo. La lectura de mañana habla, precisamente del encuentro de Elías y de Eliseo. 
Sábado
19, 19-21
Elías, cumpliendo el mandato de Dios partió del monte Horeb y encontró a Eliseo, hijo de Safat, quien se hallaba arando. Frente a él tenía doce yuntas; él estaba con la duodécima. Pasó Elías a su lado y le echó su manto encima. Se ve que le echó el manto encima y siguió caminando como si nada y que Eliseo se quedó un poco sorprendido porque, cuando reaccionó, tuvo que echar a correr para alcanzar a Elías. Entonces Eliseo abandonó los bueyes y echó a correr tras Elías diciendo: "Déjame ir a despedir a mi padre y a mi madre y te seguiré". 
Eso mismo le dijo otro a Jesús: Te seguiré, Señor, pero déjame ir primero a despedirme de los de mi casa. Parece muy razonable que uno no se marche de casa sin avisar pero, sorprendentemente, a ese le respondió Jesús: El que pone su mano en el arado y vuelve la vista atrás no es digno del Reino de Dios. (Lc 9, 61-62)
En cambio Elías le respondió: "Anda, vuélvete, pues ¿qué te he hecho?". 
Entonces Eliseo volvió atrás, tomó la yunta de bueyes y los ofreció en sacrificio. Con el yugo de los bueyes asó la carne y la entregó al pueblo para que comiera. Luego se levantó, siguió a Elías y se puso a su servicio. 
Y esto nos recuerda lo que dijo Jesús al joven rico: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y ven y sígueme. (Mt 19, 21)
Eliseo, con el yugo, hizo un fuego y, con los bueyes, un sacrificio y un banquete para el pueblo. Luego siguió a Elías y se puso a su servicio. Al parecer estuvo dieciocho años al servicio de Elías, aprendiendo.
La Misa es también sacrificio y banquete. Al terminar, también nosotros nos levantamos aunque no para seguir a Elías sino para seguir a Jesús.
Semana XI (Años pares)
Lunes
21, -16
Estamos leyendo la segunda parte del primer libro de los Reyes. Cincuenta y ocho años después de la muerte de Salomón y de la división del reino, Ajab reina en el norte con su mujer, Jezabel, que ha introducido en el reino el culto a Baal. 

miércoles, 2 de junio de 2010

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo.

Semana IX
Miércoles
1, 1-3. 6-12

Se interrumpe ahora la lectura de las cartas católicas. Hasta el sábado leeremos la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo: cuatro días, cuatro capítulos.
Es la segunda de las tres cartas "pastorales". Pablo, prisionero en Roma, habla de algunos que lo han abandonado, pero recuerda también a los que lo acompañan sin avergonzarse de sus cadenas.
Se dirige a Timoteo y le recuerda cómo, por la imposición de sus manos, recibió no un espíritu de timidez, sino de fortaleza, caridad y templanza.
Con esa fuerza Timoteo debe evangelizar sin avergonzarse de Cristo y guardar el buen depósito.
Sé de quien me he fiado -dice san Pablo. Esas palabras tienen una fuerza especial cuando se dicen en medio de la tribulación. No me siento derrotado pues sé de quién me he fiado y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para asegurar hasta el último día el encargo que me dio.
Sus palabras han inspirado el canto que, a menudo, nos ayuda durante la acción de gracias de la misa:
Yo sé de quién me he fiado.
Yo sé que es grande su poder.
Yo sé que es fiel y que me ama.
Él me guarda siempre.

Jueves
2, -8-15

En el segundo capítulo -el más largo- el apóstol encarga a Timoteo que confíe el evangelio a hombres fieles que, a su vez, sean capaces de enseñar a otros. Timoteo debe compartir el sufrimiento con Pablo como un noble soldado de Cristo Jesús, con la fortaleza de un soldado o de un atleta, con la paciencia del agricultor que espera beneficiarse de los frutos.
San Pablo está en la cárcel pero la palabra de Dios no está encadenada, y da cinco consejos a Timoteo:
1. Que evite las discusiones sobre palabras.
2. Que se presente ante Dios como un hombre honrado y trabajador.
3. Que exponga rectamente la doctrina verdadera.
4. Que evite las conversaciones profanas e inútiles.
5. Que corrija con mansedumbre.
No se debe añadir nada a la Sagrada Escrritura, pero no nos apartamos mucho de ella si, como resumen de todo eso, pedimos a Dios para el predicador del evangelio la ejemplaridad amable y elocuente de santa María y de san José.

Viernes
3, 10-17

En el capítulo 3 san Pablo describe al cristiano que conserva ciertos formalismos de la piedad pero ha renegado de lo esencial. Dice de él que siempre está curioseando y que es incapaz de conocer la verdad.
Santo Tomás explicaba que la curiosidad es un vicio opuesto a la estudiosidad. El que estudia se compromete seriamente con la verdad, se empeña en conocerla. En cambio, el curioso divaga sin detenerse nunca en nada, sin profundizar en nada, sin comprometerse con nada. Y no desea tanto conocer la verdad cuanto servirse de ella.
El maestro debe ser, también, testigo de la verdad y ser probado en la fe, en la paciencia, en la caridad y en la constancia. pues todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo serán perseguidos.
A Timoteo, que conoce desde niño la Sagrada Escritura, le recuerda san Pablo que esa Escritura puede darle la sabiduría que conduce a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús.
Nosotros no buscamos otra sabiduría.

Sábado
4, 1-8

Llegamos hoy al final de esta segunda carta a Timoteo. San Pablo le pide que se apresure a visitarlo porque solo Lucas lo acompaña. Le ruega que lleve consigo a Marcos. Es un bonito detalle que indica que san Pablo podía tener genio, pero también tenía un corazón noble y no era rencoroso.
Debía ser, además, algo despistado porque se dejó la capa en Tróade como nosotros solemos dejarnos el paraguas en cualquier sitio. Y no solo la capa, sino los libros.
Para Timoteo -y para todos- hace san Pablo una terrible confesión de soledad: Nadie me apoyó en mi primera defensa sino que todos me abandonaron. Sin embargo, en esa soledad, en ese abandono por parte de los hombres, se manifiesta Dios: Pero el Señor me asistió y me fortaleció. En realidad no estaba solo, como no lo estaremos nosotros si, sabiendo de quién nos hemos fiado, esperamos con amor la venida de Cristo.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pedro

Semana IX
Lunes
1, 1-17
La segunda carta de san Pedro -tercera de las llamadas "epístolas católicas"- está dividida en tres capítulos.
En el primero san Pedro habla de una revelación que ha tenido: pronto tendrá que abandonar esta tienda. Se siente, por eso, especialmente obligado a exhortar a todos para que, incluso después de su partida, todos puedan recordar la verdadera doctrina.
Él ha sido testigo de la Transfiguración del Señor, testigo de la majestad y de la gloria de Cristo que volverá para juzgar al mundo.
Si en el mundo reina ahora la corrupción, el cristiano puede escapar de esa corrupción y participar de la naturaleza divina.
En el segundo capítulo advierte el apóstol contra los falsos maestros y las falsas promesas de libertad que hacen siendo ellos mismos esclavos de la corrupción.
Al primer capítulo de esta carta se refería el fundador del Opus Dei cuando escribía que en la misma entraña de la sociedad, del mundo, los hijos de Dios han de brillar por sus virtudes como linternas en la oscuridad (Surco 318).
Poned -dice san Pedro-  todo empeño en añadir a la fe la honradez, a la honradez el criterio, al criterio el dominio propio, al dominio propio la constancia, a la constancia la piedad, a la piedad el cariño fraterno, al cariño fraterno el amor.

Martes
3, 12-15a. 17-18

En el tercer, y último, capítulo, san Pedro recuerda  la doctrina sobre la segunda venida del Señor. Algunos dicen que tarda en cumplir su promesa. En realidad tiene paciencia con nosotros porque no quiere que nadie se pierda sino que todos se conviertan.
Encontramos aquí los dos aspectos de el día del Señor que no se pueden separar ni olvidar: día terrible, día de salvación. Terrible porque desaparecerán los cielos, consumidos por el fuego, y se derretirán los elementos. Este mundo pasa. Día de salvación porque: nosotros confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia.
Que santa María nos ayude a esperar alegres y con esa tensión buena de la caridad.