Un cura de pueblo comenta las primeras lecturas del tiempo ordinario.

viernes, 28 de mayo de 2010

Lectura de la carta del apóstol san Judas

Semana VIII (II)
Sábado
17.20b-25

Los vecinos de Nazaret, después de escuchar la predicación de Jesús, se preguntaban: ¿De dónde le vienen a este esa sabiduría y ese poder? ¿No es el hijo del artesano? ¿No es su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? (Mt 13, 54-55)
De estos hermanos, es decir, parientes de Jesús, el primero fue obispo de Jerusalén.
Esta carta comienza así: Judas, siervo de Jesucristo y hermano de Santiago... De modo que, al parecer, su autor es una de los parientes del Señor.
Recuerda a los que han recibido la llamada divina (...) lo que predijeron los apóstoles acerca de los falsos maestros. Porque se han infiltrado (...) hombres impíos que convierten en libertinaje la gracia de de nuestro Dios (...) Estos son los que crean divisiones, hombres meramente naturales que no tienen el Espíritu.
¿Qué hacer con ellos? ¿Cómo tratarlos? San Judas invita a los cristianos a seguir, también en eso, el ejemplo de Cristo: ser compasivos con el pecador y no consentir en su pecado.
Con Santa María esperamos el don del Espíritu Santo que nos ayuda a perseverar en la caridad y en la verdad.

lunes, 24 de mayo de 2010

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro

Semana VIII (II)
Lunes
1, 3-9

Durante esta semana leeremos algunos pasajes de la primera carta del apóstol san Pedro. El sábado se proclamarán unos versículos de la carta de san Judas y, la semana próxima, la segunda carta de Pedro.
Como es sabido, murió en Roma el año 67. Esta primera carta debió ser escrita unos diez años antes y quiere animar a la perseverancia en medio de las pruebas.
La fuerza de Dios -dice san Pedro- os custodia en la fe para la salvación (...) Alegráos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco en pruebas diversas.
Cuando vienen las dificultades y las penas, podemos encerrarnos en ellas o podemos recordar lo que esperamos: la manifestación de Jesús y la salvación. Si hacemos esto, las mismas dificultades acrisolan, purifican y fortalecen nuestra fe.
A esos primeros cristianos que han creído en la predicación apostólica les dice San Pedro: No hebéis visto a Jesucristo, y lo amáis. No lo veis y creéis en él, y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra salvación.
Jesucristo es alguien a quien se puede amar. La predicación y la fe nos permiten encontrarlo vivo y cercano en la Iglesia. Dos mil años después de su Pascua también nosotros amamos a Cristo a quien no vemos y podemos decir que somos discípulos, no de Pedro o de Pablo, sino de Jesús.
Y esta es la maravilla de la Iglesia. Perseverando en ella, en medio de las pruebas encontramos a Jesús, y lo amamos, y nos llenamos de alegría.

Martes
1, 10-16

Los misterios de Dios no son rompecabezas. Son cosas ocultas para el hombre que, sin embargo, puede llegar a conocerlas cuando responde con fe a la revelación.
Los profetas entrevieron algo del misterio de Cristo; los ángeles lo contemplan en el cielo; a nosotros nos ha sido predicado, con la fuerza del Espíritu, por los Apóstoles.
Nuestra fe es respuesta, no a una palabra humana, sino a la llamada del Dios Santo. Así, el misterio de Dios, no solo se nos revela, sino que se manifiesta en nosotros transformándonos interiormente: Seréis santos, porque yo soy Santo.
La vida santa de los cristianos es ya manifestación del misterio de Dios.

Miércoles
1, 18-25
El primer capítulo termina con una exhortación a la caridad fraterna.
La carne -recuerda San Pedro- es como el heno, y toda su gloria -su belleza- como la flor del heno: se seca el heno y cae la flor. Pero la Palabra del Señor permanece para siempre.
Como semilla de inmortalidad sembrada en nosotros, esa Palabra nos regenera y da en nosotros frutos incorruptibles de santidad y de caridad fraterna.
¿Dedicamos tiempo a meditar esa palabra? ¿Se edifica nuestra vida sobre ella?

Jueves
2, 2-5. 9-12

San Pedro compara al cristiano -regenerado por el bautismo y la Palabra- con el recién nacido que no tiene malicia ni hipocresía y que ansía la leche materna. Si no os hacéis como niños...
El bautismo nos capacita, además, para ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios. Ya no se trata de ofrecer cosas o animales, sino de la ofrenda de nuestras propias vidas.
Estamos llamados a vivir como niños, con sencillez, delante de Dios. Pero no podemos olvidar que también los hombres nos miran. San Pedro exhortaba a los primeros cristianos a tener una buena conducta entre los gentiles. A esos cristianos que eran calumniados como criminales los invitaba a responder con una vida honrada y madura. Él mismo había aprendido de Jesús a vencer el mal con abundancia de bien y le había oído decir: brille allí vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre del Cielo.

Viernes
4, 7-13

Termina hoy la lectura de la primera carta de san Pedro: El fin de todas las cosas está cercano.
Estas palabras eran, para los primeros cristianos, palabras de esperanza y deberían sonar del mismo modo hoy para nosotros.
Quien espera sinceramente la manifestación de Jesucristo, vive en este mundo como forastero en tierra extraña y espera volver a la patria.
No vivimos angustiados, vivimos con esa buena tensión del amor, de la caridad que cubre la multitud de los pecados y que nos lleva a ser hospitalarios y a poner al servicio de los demás los dones recibidos.
Y no nos extrañan ni la incomprensión, ni las persecuciones ni las dificultades. Cuando llegan nos alegramos de poder compartir los padecimientos de Cristo.
¡Ojalá sea una realidad en nuestra vida! Que Santa María nos ayude a guardar en el corazón estas cosas que nos ha dicho el Espíritu Santo por medio de San Pedro.